La adolescencia es un momento de transición entre la niñez y la edad adulta, en el que la principal tarea del adolescente es encontrar su propia identidad y adquirir autonomía. Para conseguirlo, tienen que empezar a separarse de las figuras paternas, pero no es tarea fácil ya que aún no tienen la madurez suficiente.
Los adolescentes tienen unas ansias inmensas de libertad, pero en cuanto hace acto de presencia la responsabilidad que la libertad y el mundo adulto requieren, muchas veces miran para otro lado. Así, el adolescente vive un conflicto interno entre la fuerte dependencia que aún tiene de sus padres y el deseo y la necesidad de independencia. Esta lucha interna se expresa a menudo en forma de peleas y conflictos, especialmente con los padres, ya que constituyen ese pilar que tanto necesitan pero del que desean desprenderse, una fuente de seguridad y a su vez de rechazo.
Este cambio de actitud desconcierta muy a menudo a los padres y los hace sentir inseguros, ya que las estrategias que anteriormente utilizaban con ellos ya no funcionan. Es necesario adaptarse al nuevo momento evolutivo e ir modificando las normas rígidas por límites más flexibles, negociados y acordados. De esta forma, la relación con los padres evoluciona y se transforma, pero el vínculo permanece siempre.
Se ha comprobado que un cierto nivel de conflicto intergeneracional cumple un papel adaptativo en el desarrollo de los adolescentes y en el funcionamiento familiar general (por lo menos cuando se les buscan soluciones adecuadas). La familia es uno de los escenarios en que los jóvenes pueden aprender a resolver problemas, manteniendo la relación y tolerando mejor las diferencias de opinión. No obstante, si la estabilidad familiar siempre es importante, en la adolescencia es vital. El equilibrio emocional, la templanza y la estabilidad que le pueden faltar al adolescente, lo tiene que recibir de su familia, no puede venirle de sus amigos, que están pasando por lo mismo que él y son igualmente inestables.
La conducta que manifiestan los adolescentes responde no solo a los cambios hormonales, sino sobre todo a rápidas y masivas modificaciones a nivel neuronal (en la reorganización sináptica). La adolescencia es una gran oportunidad para construir un cerebro mejor (o para desperdiciar el potencial del mismo) ya que se muestra muy sensible para el aprendizaje. Es el momento en que el niño mira hacia su infancia reflexivamente, y a su realidad circundante con espíritu crítico, para hacerse cargo de los mandos. El control externo que ha necesitado hasta ahora pasa a ser interno, siendo capaz de dirigir su atención hacia los propios procesos mentales. Tareas como comprender, desarrollar y mejorar la capacidad para anticipar y prevenir el futuro, así como para decidir bien, son núcleos de expansión de la inteligencia adolescente.
Como sabemos, los adolescentes están muy influenciados por el grupo de iguales. La opinión de éstos, su aceptación, los juicios y consejos que les den son de gran relevancia. Entretanto, lo que los padres dicen ya no es, siempre, tenido en cuenta. Ahora compiten con sus amigos.
Otra de las características propias de esta época es la creación de su identidad personal. Hace referencia a la forma de ser, lo que nos diferencia del resto y nos hace únicos e irrepetibles. El desarrollo de la identidad está muy ligado a cómo se siente y valora siendo como es, es decir, a la autoestima, en la que también influye el reflejo que nos devuelven los demás sobre nosotros mismos. Aunque en ocasiones parezca lo contrario, el adolescente siente una enorme necesidad de reconocimiento y aceptación por parte de los otros, incluidos sus padres. Asimismo, favorece una adecuada autoestima la capacidad de afrontar problemas, para lo cual tienen que ser capaces de tolerar la frustración (no todo siempre sale a la primera o como a uno le gustaría). Aceptar y afrontar frustraciones forja una personalidad más segura y equilibrada.
La adolescencia es una etapa muy reflexiva. De ahí que los adolescentes pasen parte de su tiempo en su habitación, ensimismados y/o estén como ausentes. Necesitan intimidad. Los estudios revelan que, a consecuencia de los cambios corporales, se produce un enorme gasto de energía, por lo que, a menudo, una actitud pasiva reflejará la necesidad de reponer fuerzas.
Paralelamente, suelen experimentar estados de ánimo que fluctúan de la alegría a la tristeza, de la irritabilidad a la agresividad, del optimismo al pesimismo, etc. Todo ello forma parte del crecer y del madurar, de su entrenamiento personal. Sus continuas provocaciones tienen mucho que ver con sus propias tensiones internas y la necesidad de ponerse a prueba a sí mismos y también al adulto y medirse con él. Descubrir que el adulto es más maduro y es capaz de ponerle freno sin perder la compostura, no sólo le muestra sus propios límites y lo sitúa humildemente frente a la realidad, sino que también alimenta la confianza y el respeto hacia sus mayores.
La adolescencia tiene cosas buenas y gratificantes, y una de las tareas de los padres es buscarlas. Es determinante la mirada que pongamos en nuestros adolescentes. Si pensamos que en ellos está escondido un tesoro, allí lo buscaremos y con seguridad, lo encontraremos. Si no lo creemos, es como si no existiera. Todo adolescente tiene algo bueno en su interior. A veces está oculto como la cara oculta de la luna, pero estar está, y nuestra tarea es ayudarle a que aflore. Que lo oculto se haga presente. Si no somos capaces de encontrar por lo menos una característica buena en cada adolescente, el problema está más en el observador que en el joven.
Un mediador externo, como un psicólogo puede ser de mucha ayuda en esta etapa. En el Instituto de Medicina EGR contamos con profesionales especializados, que pueden dotar de estrategias y acompañar para superar los conflictos que puedan aparecer, así como potenciar las cualidades que el adolescente posee. Pide cita al 917401690. Estaremos encantados de atenderte.
Cinthia Sánchez Pacha · Psicología · Instituto de Medicina EGR